miércoles, 14 de diciembre de 2016

La (necesaria) hipocresía del compromiso

Tengo un primo que se ha hecho anarkista. Con K. Quiere socializar viviendas, cazar nazis y hacerse vegano. Comer sólo la carne de animales que mate con sus propias manos. 

El fascismo es el brazo armado del capital. Occidente mata y viola niñas en África para que tú tengas Smartphone. Hay dinero para todos pero está mal repartido.

Me lo cuenta en la cocina de sus padres. Del chalet de sus padres. El chaletazo de sus padres. Contesta whatsapps en su Samsung Galaxy S7. Le pide dinero a su madre para comprarse una bomber y unos parches de Skin. De Skin de izquierdas. Porque los Skins son de izquierdas.

Mi amigo Carlos recicla vidrio. Recicla papel. Tiene un contenedor amarillo. Uno verde. Otro azul. Utiliza, reutiliza y vuelve a utilizar. Fun fun fun.

No compra en grandes cadenas de ropa por la explotación infantil. No compra en ese supermercado. La fruta y la verdura, de una cooperativa. El café, de comercio justo. Se mueve en bici. No bebe coca cola. Explotadores. El aceite de palma es satán.

Trabajamos juntos en una empresa con su (más que probable) ingeniería fiscal, su (más que probable) explotación laboral y su (segura) preocupación por ganar el máximo dinero posible. Le he visto ropa de multinacionales y le gusta el fútbol.

Carlos y mi primo exigen un nivel de compromiso y coherencia difícil de alcanzar. Es inevitable  que vivan con cierta dosis de hipocresía y autoengaño. Lo honesto fácil es conducir un Cayenne, comprar ropa hecha en Tailandia y que tu chacha pagada en negro haga la compra sin mirar de dónde salen los productos del carro del hipermercado.

Carlos cree que, si todos siguiéramos su ejemplo, el mundo duraría más y los que hoy lo habitamos viviríamos mejor. Mi primo está convencido de que el mundo es un lugar desigual, injusto, feo. Y tienen razón.

Así que, puestos a elegir, prefiero a un hipócrita.


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